Ahora
que no nos lee nadie, quisiera confesarte una cosa: ¿sabes lo que echo de
menos?
Echo de menos que le eches huevos a la vida. Que pelees por lo que quieres. Y por los que quieres. A brazo partido. Sin concesiones.
Que no dejes que los demás dirijan tu película. Que seas el prota de tu propia
historia. La que mereces. La que deseas. La que has venido a vivir.
¿Por qué le cedes tu papel a los actores de reparto?
¿Por qué permites que personajes secundarios boicoteen tu guión original?
No se
vale tirar balones fuera ni pasar palabra. Que en este film te lo juegas todo a un
rosco. Y los segundos se van volando.
Porque no hay dos “hoy”. Ni dos “ahora”. Esto es un ahora o nunca. Un aquí y ahora.
Abre
los ojos. Depositar en los demás la responsabilidad de tu situación huele a
conformismo y lagrimeo rancio propio de una telenovela de sobremesa. Sacúdete el
victimismo y sal de la zona de confort. Éste no es país para viejos. Ni para cobardes.
Tú. Sí,
tú. No leas para otro lado. Mírame a las hojas cuando te escribo. ¿A qué
esperas para dejar de lamentarte y regalarle momentos a la papelera de reciclaje?
Espabila. Que las cosas no caen por su propio peso. Que lo que pesan son los
lastres que arrastras y que ya no te corresponden. Lo que pesa es llorar en los créditos finales por lo que pudo haber sido y no fue. Lo que empiezan a pesar también son
los años. Y los largometrajes no son tan largos.
¿Qué
piensas hacer con todos esos sueños que tienes enlatados? ¿Vas a seguir escondiéndolos? ¿Vas a renunciar a tus proyectos? ¿Prefieres guardarlos para rellenar el discurso de tu premio póstumo? ¿Para un remake de tu ópera prima?
Lucha por ellos, por favor. Persíguelos.
Que la vida son dos entregas. La primera empieza cuando naces. La segunda, cuando empiezas a vivir.